Conocí al doctor Eduardo Nicol en 1974. Él tenía entonces sesenta y siete años, y era profesor emérito desde 1969. Yo tenía veinte años, y comencé a asistir a su curso de Metafísica estimulado por la lectura de El porvenir de la filosofía, del que recuerdo que me impactaron profundamente, sobre todo, el capítulo titulado “Calcular no es pensar”, y su “Prefacio del temor”. La lectura despertó mi vocación filosófica, y generó un estado de inquietud y perturbación en mi interior. La experiencia in vivo, en el salón 103 de la Facultad, no sólo fortaleció mi primera impresión, sino que marcó el derrotero que habría de seguir mi propia vida a partir de entonces. El tema de que hablaba Nicol en ese curso era la dialéctica (yo lo hice mío, y obtuve el grado de maestro en filosofía con una tesis sobre la dialéctica platónica, que me llevó cerca de diez años de completar). Años más tarde, Nicol solía bromear conmigo diciéndome que no era yo quien había elegido el tema, sino que era éste el que se había apropiado de mí.
Espléndido orador e inigualable catedrático, durante cinco decenios de servicio universitario a México, Eduardo Nicol fue un gran maestro que contribuyó a la formación de muchas generaciones. Seguramente, lo medular de su enseñanza no hay que ubicarlo dentro de los estrechos límites del ámbito académico –lo que suele llamarse “formación profesional”– sino en algo más profundo y radical: la formación y la trans-formación humanas, el ejemplo vivo de autenticidad vocacional que él siempre encarnó. Al recordarlo ahora, no es inoportuno citar unas palabras suyas, que pronunció en 1989. Agradeciendo a la Universidad en nombre de los profesores republicanos emigrados –que no “transterrados”– concluyó su discurso:
Yo llegué a esta tierra cuando ya era profesor, pero mi obra entera la he escrito en México. En este sentido específico, cabe decir que aquí me he formado, a la vez que se iba formando la universidad que ahora tenemos. Digo ahora, cuando ya está cercano el fin, que me siento bien pagado si algunos creen que en el proceso de esa formación mía personal ha podido contribuir a la otra. En todo caso, fue una tarea gozosa. Hacer lo que uno quiere. Pensar y enseñar a pensar. ¿Qué más puede pedirse?
(Selección y adaptación del texto de Enrique Hülsz Piccone, en Setenta años de la Facultad de Filosofía y Letras, unam, 1994)