Nacido en 1907, Eduardo Nicol realizó sus primeros estudios en Barcelona, su ciudad natal, donde fue más tarde secretario de la Fundación Bernat Metge y profesor en el Instituto Salmerón. En 1939, al fin de la Guerra Civil, se vio forzado a abandonar su patria, como tantos otros republicanos, a bordo del barco francés Sinaia. Ya en la ciudad de México, ingresó, en febrero de 1940, a nuestra Universidad como profesor del Colegio de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras, donde obtuvo el doctorado con el que había de ser su primer libro, Psicología de las situaciones vitales (1941). En 1946 fundó el Seminario de metafísica, el cual dirigió hasta 1990, y en cuyo seno ofrecía las primicias de un pensamiento siempre lúcido y un incansable oficio de escritor. De la vasta obra que produjo, calificable sin reservas de revolucionaria y original, cabe destacar La idea del hombre (1946), Historicismo y existencialismo (1950), La vocación humana (1953), Metafísica de la expresión (1957), El problema de la filosofía hispánica (1961), Los principios de la ciencia (1980), Crítica de la razón simbólica (1982), Ideas de vario linaje (1990) y Formas de hablar sublimes. Poesía y filosofía (1990).

Espléndido orador e inigualable catedrático, durante cinco decenios de servicio universitario a México, Eduardo Nicol fue un gran maestro que contribuyó a la formación de muchas generaciones. Seguramente, lo medular de su enseñanza no hay que ubicarlo dentro de los estrechos límites del ámbito académico –lo que suele llamarse “formación profesional”– sino en algo más profundo y radical: la formación y la trans-formación humanas, el ejemplo vivo de autenticidad vocacional que él siempre encarnó. Al recordarlo ahora, no es inoportuno citar unas palabras suyas, que pronunció en 1989. Agradeciendo a la Universidad en nombre de los profesores republicanos emigrados –que no “transterrados”– concluyó su discurso:

Yo llegué a esta tierra cuando ya era profesor, pero mi obra entera la he escrito en México. En este sentido específico, cabe decir que aquí me he formado, a la vez que se iba formando la universidad que ahora tenemos. Digo ahora, cuando ya está cercano el fin, que me siento bien pagado si algunos creen que en el proceso de esa formación mía personal ha podido contribuir a la otra. En todo caso, fue una tarea gozosa. Hacer lo que uno quiere. Pensar y enseñar a pensar. ¿Qué más puede pedirse?

(Selección y adaptación del texto de Enrique Hülsz Piccone, en Setenta años de la Facultad de Filosofía y Letras, unam, 1994)